domingo, 5 de junio de 2016

INMORTALIDAD




EL PROBLEMA DE LA INMORTALIDAD

“Ea” (Julius Evola)


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Artículo extraido de "La Magia como ciencia del Espíritu" (Grupo de Ur).



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En las notas que siguen queremos indicar brevemente cómo el problema de la supervivencia y el de la inmortalidad misma se presentan desde el punto de vista iniciático que, como ya se ha dicho, es esencialmente un punto de vista de experiencia y de realidad. El primer punto a precisar es éste: ¿para quién se plantea el problema de la supervivencia respecto de la muerte? Aquí no puede importarnos alguna entidad abstracta concebida por la filosofía o por la teología, sino aquello que concretamente se es, es decir aquello que se puede denominar como la conciencia viviente. Esta es una conciencia individualizada que prácticamente recaba el sentido de sí de la correlación con la unidad de un determinado organismo psico-físico, además que con la experiencia sensorial en general. Ahora bien, afirmar sin más la supervivencia, o aun la inmortalidad, para una tal conciencia no es una cosa que se pueda hacer despreocupadamente. En efecto, se debe sobre todo tener en cuenta la medida en la cual las facultades de una tal conciencia, comprendidas las que sirven de base para su unidad organizada, se resienten de las contingencias corporales. Se ve luego que ya con el sueño, en razón del venir a menos de las percepciones sensoriales, también viene a menos la conciencia, o bien permanecen de ella tan sólo las formas reducidas, propias del soñar común. Por cierto, nosotros despertamos del sueño y la conciencia retorna; pero ello es así porque la unidad orgánica subsiste. Sin embargo no se deberían descuidar algunos datos de la patología. Hay algunas enfermedades que atacan gradualmente a la unidad orgánica, avanzando, pero también retrocediendo, de modo tal de hacer sentir de nuevo la vida con una mediana salud, y retomando luego su curso. Ha sido justamente resaltado que en casos de tal tipo se prueban sucesivamente las impresiones de quien nace a la vida y luego va hacia la muerte; al desarrollarse el mal, se tiene una especie de experiencia de la muerte, nos acercamos bastante a que, por medio de lo que en matemática se denomina pasaje al límite, se pueda sentir su sentido: sentido que es de un hundimiento, de una disolución. De hecho no sería legítimo esperarse otra cosa allí donde se trata de aquella conciencia que está amalgamada con la vitalidad animal. Entonces el problema debería plantearse de manera diferente: sería necesario ver en cuáles casos y bajo cuáles condiciones en el hombre sea actual de hecho alguna cosa diferente, superior a lo que se ha llamado la "conciencia viviente". Aquí la enseñanza iniciática se diferencia netamente de la gran mayoría de las concepciones religiosas (por lo menos de acuerdo a su acepción exotérica), porque no plantea el problema de la supervivencia y de la inmortalidad en manera abstracta y genérica -para el hombre en general- sino teniendo relación con varias posibilidades y condiciones. Mientras tanto, si no es a una conciencia organizada y centralizada que se tiene en vista, como aquella en la cual se piensa cuando se dice "yo", puede admitirse desde ya la supervivencia de algo a la crisis y al hundimiento de la muerte. Así como el organismo físico con la muerte no se disuelve en la nada, sino que da lugar primero a un cadáver, luego a productos de disociación del mismo que seguirán las normas de las diferentes leyes físico-químicas, debe pensarse lo mismo en forma aproximada respecto de la parte "psíquica" del hombre: sobrevive a la muerte, por un cierto tiempo, algo así como un "cadáver psíquico", una especie de facsímil de la personalidad del difunto, que, en ciertos casos puede dar lugar a manifestaciones diferentes. Son justamente estas manifestaciones o del cadáver psíquico, o bien de partes del mismo (en el caso de que su sucesiva disociación haya acontecido) que son ingenuamente asumidas como pruebas "experimentales" de la supervivencia del alma por parte de los espiritistas, cuando, con una mirada más aguda, ellas más bien demostrarían lo contrario. El carácter automático propio de esas fuerzas sobrevivientes y ya convertidas en impersonales no impide que a veces las mencionadas manifestaciones tengan una particular intensidad. Este es por ejemplo el caso cuando sentimientos, pasiones e inclinaciones profundas fueron despertadas a la vida y alimentadas hasta la muerte. Son tales fuerzas ahora las que llevan la imagen vaciada del muerto, tomando, por decirlo así, el lugar de su "Yo", como por lo demás, si bien en menor medida, en tales casos muchas veces había ya acontecido en vida. Son siempre acciones "elementales" que no tienen nada que ver con lo que puede llamarse personalidad espiritual del muerto (1)  . El uso de esta última expresión reclama sin embargo una clarificación, porque ella implica evidentemente alguna cosa más que no la que hemos denominado conciencia viviente. A nivel ontológico está claro que sin alguna relación con un principio trascendente no sólo el hombre, sino también cualquier ser de naturaleza no podría tener una existencia, ni siquiera una existencia ilusoria. Desde el punto de vista iniciático debe decirse que nos sentimos "Yo" justamente por el reflejo de un principio superior, y la condicionalidad ya indicada por la conciencia ordinaria viviente puede ser entendida como la que existe entre una imagen refleja y el medio en el cual tal imagen se forma. Entre la una y el otro hay en efecto una estrecha relación que define y, es más, organiza lo que en términos hindúes se podría llamar el "Yo de los elementos" o, mejor aún, el “Yo samsárico” (2) , mientras que la noción que corresponde en la terminología clásica es el alma, en cuanto contrapuesta al nous;  a la mente comprendida como un principio olímpico incorruptible.
Cuando un espejo se rompe, ello no afecta al objeto que en él se refleja, sino que sólo desaparece su imagen refleja. En tales términos es necesario interpretar el fenómeno de la muerte cuando el mismo tenga un final solo negativo, como hace poco se dijo al hablar de la conciencia viviente. Lo que tiene naturaleza de Yo humano en tal caso no sobrevive. Más exactamente, interviene un verdadero y propio cambio de estado y, aparte del espectro y de los residuos psíquicos de los cuales se ha hablado, y que son como automatismos subsistentes por fuerza de inercia, aquello que es propiamente vida del Yo samsárico es reabsorbido en una cepa subpersonal, a la cual se pueden dar los caracteres de un "ente-raíz". Sobre este plano es nuevamente concebible una supervivencia sui generis, puesto que este ente no sólo ha dado vida a un determinado cuerpo, sino que puede darla también a otros, antes y después de ello; al disolverse de una determinada agregación psicofísica y del reflejo del Yo llevado por ésta, aquella fuerza persiste, se convierte sólo en latente, como la potencialidad de un fuego capaz de volverse a encender en una nueva combinación, la cual significa un nuevo individuo, una nueva existencia. Naturalmente no se trata aquí sólo de especie o de la cepa biológica, ni de las vidas producidas por una misma sangre a través de la generación sexual. Las existencias, que son diferentes manifestaciones de aquel ente, salvo excepciones rarísimas, pueden aparecer absolutamente despegadas y extrañas la una a la otra. Las une un nexo que huye a los sentidos físicos, un nexo invisible que no tiene una base material. Es forzoso limitarnos aquí a esta mención, necesaria para una orientación en su conjunto, porque el problema de las relaciones entre las diferentes herencias que el hombre resume nos conduciría demasiado lejos y, eventualmente, será tratado en otra ocasión.
De cualquier modo, en razón de las confusiones que pudiesen expresarse, es indispensable disipar el equívoco de la reencarnación, concepción que, contrariamente a lo que piensan muchos "espiritualistas" y teósofos de la actualidad, no corresponde para nada a una enseñanza esotérica, sino que cuando diferentes textos antiguos de Oriente y de Occidente parecieran referirse a ella, no se trata de otra cosa que de una forma simbólica y popular para exponer una doctrina con un significado muy diferente. En general es una contradicción en los términos suponer que un "Yo samsárico" --que para la inmensa mayoría vale como su "Yo", como el Yo tout court pueda reencarnarse; es una contradicción en los términos porque la relativa identidad de un tal Yo existe en función de un determinado organismo psicofísico, es decir de una determinada combinación que, una vez disuelta, no se volverá a presentar más como era antes. Aquello que continua en una serie de existencias, no es lo que es producido, sino la fuerza que produce, es decir el poder subpersonal del cual se ha hablado antes. En otros términos: si llamamos A,B,C, etc. a los diferentes "Yo"' que han respectivamente tomado forma en varias existencias de la serie, no es A quien se reencarna en B y de B en C, y así sucesivamente, sino que es más bien la fuerza que ha actuado en A, y en la cual A se vuelve a disolver, la que se manifiesta en B,C, etc. La continuidad se encuentra únicamente en la parte de esta fuerza que no es ni un Yo ni la conciencia viviente. Si en virtud de un prodigio, A -el Yo de una determinada existencia- pudiese ver ante sí a B, C, etc., es decir a los seres que serían sus "reencarnaciones", ellos se le aparecerían y deberían aparecérsele tan extraños como otros hombres o Yo diferentes de él en el espacio.
El plano en el cual la reencarnación puede ser verdadera es el plano samsárico (el mundo de las Aguas, el helénico "ciclo de la necesidad") y no tiene nada que ver con el de la personalidad espiritual. Por lo cual -sea dicho de pasada- hay un motivo fundado de sospecha en lo referente a toda doctrina que otorgue relieve a la idea de reencarnación, a no ser que la finalidad sea sólo la práctica de crear un encuadre para dar relieve a una dirección totalmente opuesta, a la dirección de la "liberación". Que existan experiencias especiales, las cuales pueden dar a la doctrina de la reencarnación una especie de prueba, ello no se lo rebate, se trata tan sólo de interpretarlas bien. Experiencias de tal tipo se han convertido hoy en día, y en especial en Occidente, sumamente raras por el hecho de que el Yo individual ha asumido una forma siempre más rígida se ha cerrado cada vez más en sí mismo. Sin embargo, es posible que por alguna improvisada rendija, o también por prácticas iniciáticas, la limitación sea removida y se tenga un cierto conocimiento de la raíz más profunda de la propia vida: surge entonces la conciencia samsárica, la cual puede también asumir la apariencia de un recuerdo; en el tronco profundo, subpersonal, existe efectivamente la memoria de otras existencias, de aquellas que en una serie discontinua de Yo surgieron como manifestaciones caducas de un mismo e inexhausto tronco. Ello posee pues el solo significado de una remoción momentánea de la conciencia individual y de un "descenso a los infiernos" sui generis. Y la cosa, de acuerdo a los casos, va a corresponder o a una regresión, o a una cierta y por lo menos virtual super-individualidad. En efecto, una vez removido el límite de la conciencia individual, en rigor la misma conciencia despierta vendría a menos como en el sueño y no se tendría más ninguna experiencia. Sólo por una especie de eco de estados más antiguos una semi-conciencia samsárica fue a atenuar en Oriente aquel sentimiento de la única vida del Yo en la tierra, que en Occidente es hoy el sentimiento normal y general. Pero si no debe tratarse de regresiones y casi de franjas o prolongaciones de una conciencia no del todo definida y estabilizada, la conciencia samsárica debe considerarse como una forma de la conciencia iniciática. Y cada uno puede acordarse de que en los textos budistas de los orígenes en donde se habla de la visión de las múltiples vidas, esta visión está justamente ligada, y de manera inequívoca, a estadios de la alta contemplación. Es una experiencia que presupone el desapego. 
Y por tal camino se ha llegado al núcleo central del problema iniciático de la supervivencia y a la doctrina de la naturaleza condicionada, sea de ella, sea de la inmortalidad. Se ha usado para el Yo la imagen de un reflejo ligado al medio en el cual el mismo se ha formado. Ahora se puede concebir un volver a elevarse del reflejo hasta el origen, cosa que implica justamente una separación, una revulsión, un desapego que corresponde él también a un cambio de estado o a una crisis profunda, puesto que se realiza allí como en la muerte en mayor o menor medida un venir a menos del apoyo habitual provisto por el cuerpo y por la vitalidad samsarica. Tal es la muerte iniciática, la cual puede muy bien llamarse como una muerte efectiva realizada a nivel experimental, después de lo cual a la persona en cuestión le ha sido transmitido un poder capaz de sostener su conciencia (3) . Quien ha pasado efectivamente a través de esta muerte ha dejado de ser hombre; él no se encuentra más vinculado por la forma individual, su Yo no es más un reflejo, sino en vez un ente. Él ha llevado justamente al acto la "personalidad espiritual". Arribados a tal punto puede venir a menos el apoyo del cuerpo y de la experiencia sensible sin que la conciencia se disuelva y se hunda. La condición positiva para la supervivencia resulta en estos términos realizada y es susceptible eventualmente de pruebas en contrario. En determinadas condiciones pueden ser provocados estadios en los cuales se puede decir: "Todo lo que me viene del mundo de los sentidos está ahora suspendido, y sin embargo siento mi conciencia clara, transparente, intangible". En cuanto al carácter concreto de la transformación iniciática, bastará recordar el dicho, que tanto escándalo despertó en la Grecia ya entonces "iluminista", de que un delincuente, si está iniciado en Eléusis no puede compararse su destino tras la muerte con el que le espera al hombre más virtuoso e ilustre, pongamos un Epaminondas.
En este punto vale la pena poner de relieve que la supervivencia consciente no se identifica sin más con la inmortalidad. Esto nos remite a la teoría de la jerarquía de los mundos y de los estados del ser, como también a las denominadas leyes cíclicas. Sobre todo esto por ahora sólo puede hacerse una mención. Inmortal, en sentido absoluto, es sólo lo incondicionado, el principio más allá de toda manifestación. Inmortalidad hay pues sólo como inmortalidad "olímpica" en sentido superior, procedente de un estado de unión con lo Incondicionado. El que ha ya realizado las condiciones para la supervivencia puede tender a este fin supremo. Pero no está dicho que lo logre. Puede buscarse, mientras se viva, la "liberación" completa que convierte en inmortales. Algunas posibilidades son dadas en el momento de la muerte. Otras en estadios póstumos, en los cuales el conocimiento y la conciencia del iniciado, a diferencia de las de los hombres comunes, subsisten (4)  . Es decisivo para la inmortalidad quemar toda tendencia que empujaría a asumir ésta o aquella "sede" suprahumana -si se quiere, "angélica" o "celeste"- puesto que todo esto, desde el punto de vista iniciático, pertenece siempre a la manifestación, a lo condicionado y no a lo incondicionado, y no posee carácter "eterno". Cuando la lucha por la inmortalidad se desarrollase en sede propiamente mágica, la tarea es la de ponerse a la cabeza de los entes con los cuales se entra en relación (personificaciones de determinados modos del ser), creándose, sobre su misma dirección, una intensidad mayor que la de ellos. Aquí el principio es que, una vez que se ha creado la relación, no dominar significa inmediatamente ser dominados, y además agregados a una determinada condición de existencia. Pero también en la vía mágica, en su ápice la fuerza se debe transfigurar en pura luz, para la "Gran Liberación". 
En su conjunto debe trazarse una línea bien neta de demarcación entre quienes sobreviven y los "inmortales" por un lado, y la gran masa de los hombres por la otra, de acuerdo a aquello que no sólo las escuelas iniciáticas, sino también casi todas las religiones antiguas, si bien por símbolos, siempre han reconocido. La idea de que cada uno posea un "alma inmortal", concebida por lo demás como un facsímil de la conciencia viviente y del Yo individual terreno, es una verdadera aberración ideológica, si bien su utilidad como opio para las masas quizás no pueda ser discutida. Capaz de sobrevivir e inmortal no es el "alma", sino la mente como nous, como elemento sobrenatural. Pero es inútil hablar de ella, decir que ella es indestructible y eterna, cuando entre la conciencia viviente en el reflejo samsárico y un principio semejante no exista contacto alguno, ni ninguna continuidad. El "alma" puede sobrevivir sólo cuando se agrega a la "mente", convirtiéndose en el alma que permanece y no cae, de la cual habla AGRIPA (cfr. pg. 127). Y ésta es la metabolé, el cambio de polaridad, de la cual la iniciación es el punto de partida. El alma, en vez de apoyarse en el ser natural, se apoya entonces en el ser sobrenatural y se integra a él. Por tal camino se constituye una forma nueva, la cual no es afectada por la muerte. Al disgregarse el cuerpo, en vez que el residuo espectral, en vez que la que fue llamada como la "segunda muerte", se libera esta forma, como un cuerpo de luz incorruptible. Ello corresponde a la energía que, por transformaciones congruentes, se manifestará luego sobre el plano del ser que corresponde al variado "conocimiento" y "dignidad" del iniciado. También a nivel particular, rehuirá de la muerte e irá a constituir una especie de sustrato de continuidad todo aquello perteneciente a la conciencia viviente que es integrado al alma que permanece y no cae, la cual, por lo demás, como dice AGRIPA, es también el principio agente de toda operación de alta magia.

NOTAS:
(1) Hay otro caso a ser considerado: aquel en el cual los residuos psíquicos Y los facsímiles sean animados y asumidos por fuerzas oscuras del más allá, y es sobre esta base que debe explicarse un número de fenómenos metapsíquicas mayor de lo que se crea. Hay en fin una posibilidad de la necromancia, en la cual el operador presta la vida y el "Yo" a una larva, extrayéndola momentáneamente del estado apagado que en las tradiciones clásicas correspondía al Hades.
(2) Un término sumamente expresivo usado por los Gnósticos para este mismo principio es “espíritu contrahecho”.
 (3) La "separación" hermética, que en los textos es dada muchas veces como sinónimo de "mortificación" y de "muerte", tiene justamente este significado. Se puede también recordar el pasaje en donde San Pablo (Hebreos, IV, 13), dice: "La palabra de Dios es una espada viviente que penetra hasta la división del alma y del espíritu y escinde la mente de los movimientos del corazón". Orígenes (De princ., 111, 3) habla de un alma de la carne -el "Yo samsárico"- opuesta al espíritu, agregando que ella está ligada a la "sangre del hombre". Véase la expresión iniciática: "convertir en fría a la sangre". 

 (4) Es lo que es considerado en términos sugestivos por el Bardo Todol, o Libro Tibetano de los Muertos, en parte también en el Libro Egipcio de los Muertos.



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